Parnaso

La inteligencia emocional y el anime japones de los años 80 y 90.

Quizás los dibujos animados tienen sus orígenes en los años 20, aproximadamente. Por lo general eran cortos sin sonido y en blanco y negro, siendo los primeros personajes en exhibirse en pantalla Betty Bob, Popeye el marino, Coco el payaso, El gato Félix y algunos otros más para lo que era América. Por lo general, no se diseñaban en formato “series,” por lo cual su presencia se limitaba a esporádicos capítulos o episodios trasmitidos eventualmente.

Con el paso del tiempo y el desarrollo tecnológico, las animaciones comenzaron a tener mayor duración en pantalla, ambientaciones a color, de episodios completos y de manera constantes y recurrente, lo que permitía a los espectadores generar un lazo emocional con la serie, lo cual permeaba de cierta manera en su personalidad e identidad.

Para los años  70, 80 y 90, en México, ya se podía disfrutar de una gran cantidad de “dibujos animados”, en los cuales desfilaban una gran cantidad de personajes que lidiaban día a día con aventuras, retos y situaciones que entretenían al público infantil y juvenil de la época. Para esa época, se estaba dando un fenómeno interesante: producciones de oriente, específicamente Japón, comenzaban a ser transmitidas a través de las pantallas de las familias mexicanas. Por mencionar algunos de los ejemplos más representativos, podemos mencionar las siguientes: “Candy, Candy”, “Astroboy”, “La Princesa Caballero”, “Heidi”, “Remi”, “la princesa de los mil años”; “Perrine sin familia”, “La ranita Demetan”, “la abeja maya”, “Las aventuras de Tom Sawyer”, “Caballeros del Zodiaco”, “Mazinger Z”, “José Miel”, “Sailor Moon”, entre otros títulos significativos para los niños de aquellos años.

Ahora bien, algo muy revelador que los animes tenían, era su intenso, profundo y abierto manejo sobre las emociones y sentimientos. Prueba de lo anterior eran series icónicas de aquellas décadas como “Candy, Candy”, “Remi”, “Perrine sin familia”, “La ranita Demetan” y “José Miel”, puesto que en ellas se manejaban situaciones explicitas de la cotidianidad, con tintes bastante dramáticos, para lo que occidente consideraría un “dibujo animado” o una “caricatura”. La generación que creció viendo esas series conoció lo que significaba “sufrir” con los personajes por la pérdida de seres queridos, por la marginación y la segregación social. La muerte, la violencia, la injusticia y muchas veces la desesperanza eran ingredientes que día a día acompañaban a los héroes de todas esas aventuras presentándose de maneras explicitas, desnudas, sin eufemismos ni “suavizadas” sino por el contrario, en muchos de los casos eran presentadas de manera muy visceral.

Haciendo una comparación con las series animadas, las cuales tienen un perfil mucho cercano a lo “políticamente correcto,” podemos observar que los acontecimientos o situaciones, de las series de antaño, ya no se presentan, sino que se tocan otras que sin duda responden al paradigma de las nuevas generaciones pero sin llegar al nivel de impacto emocional como las otras mismos, que si bien no restó sensibilidad, si nos ayudó a amortiguar el impacto de acontecimientos que para muchas familias no eran de tratarse de manera cotidiana o al menos de manera abierta.

A este punto es a donde deseo llegar y formular la siguiente pregunta: los dibujos animados de antaño, ¿ayudaron a esas generaciones a establecer o desarrollar una inteligencia o madurez emocional?

Entendiendo por inteligencia emocional a la capacidad de controlar, regular y manejar las emociones de manera asertiva, lo cual nos permitiría tomar elecciones correctas entre los diferentes aspectos y situaciones de la vida cotidiana, desde las relaciones de pareja, decisiones de trabajo, etc. Por lo tanto, al estar expuestos en nuestra infancia, a esa serie de situaciones tan emotivas, probablemente gestamos condiciones que nos ayudan a asimilar de formas diferentes los procesos de vida, y reitero, no significa que nos vuelva insensibles, sino que nos ayuda a entender quizás mejor el acontecer cotidiano.

Todo lo anterior no fue una afirmación categórica, para nada, es más bien una pregunta retórica que bien he querido dejar a ustedes amigos lectores para un ejercicio de introspección que bien podría ser apuntalado por la experiencia y conocimiento de los profesionales de la salud mental como los psicólogos.

Sin duda alguna los mensajes que las animaciones y series de antaño ofrecieron a la infancia de muchos, debieron generar recuerdos y quizá para muchos “traumas” al recordar escenas poderosas en las cuales un insecto devoraba a otro, el cual era más pequeño o débil a comparación de su depredador, tal y como ocurre realmente en el reino animal.

Espero este ejercicio haya servido, mínimo, para recordar las series que nos identificaron tanto en la niñez y primera infancia y les traiga a la mente toda esa vorágine de emociones que en alguna momento llegamos a sentir.

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