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Colofón

Recuerdos martianos

Al pensar en José Martí siempre recuerdo que mi tío Luis, palabras más, palabras menos, usaba esta frase cuando visitaba a familiares y amigos: “… cuán viejo era mi deseo de apretar esas manos fundadoras”. Mucho tiempo después, cuando me fui compenetrando en los estudios martianos,  supe que esa suerte de proverbio era el enunciado de una carta del Apóstol dirigida a José Dolores Poyo, quien mantuvo cercana relación con los editores de La Estrella Solitaria, uno de los periódicos más importantes de la emigración patriótica en Yucatán. Aquella carta fue escrita el 5 de diciembre de 1891, es decir varios meses después de la publicación del ensayo Nuestra América, cuyas líneas fueron transcritas por Cloridano Betancourt y Varona, Fernando Urzaiz Arritola y Rodolfo Menéndez de la Peña en el referido periódico de los cubanos de Yucatán, a lo largo de 1897 y 1898.

¿Qué manos fundadoras deseaban estrechar los cubanos desterrados en Yucatán como mi tío Luis?  La Guerra de 1895 no había iniciado todavía cuando fue escrita la sentida carta que contiene ese párrafo insuperable, aunque los preparativos para el levantamiento estaban en perspectiva como una acción decisiva e inaplazable. Pero Nuestra América, como noción aglutinadora de orígenes y destinos comunes, en obediencia a la diversidad que nos caracteriza, se había alojado en la conciencia de Yucatán desde el año de 1877, descrita por el propio Martí en su reseña de la obra teatral Hasta el Cielo de José Peón Contreras, donde anotó: “Si Europa fuera el cerebro, nuestra América sería el corazón”, aseveración que supieron conservar cubanos y yucatecos desde entonces hasta el presente en que recordamos a José Martí  en esta Sección Constante

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