El flamboyán que tiñe de rojo las calles de Mérida en periodos de floración, es el elemento más socorrido para ilustrar el paisaje yucateco, acompañado de la imprescindible casita de paja, la albarrada y el brocal del pozo. De ninguna manera pueden faltar acuarelas con esa estampa en las tiendas para turistas, y es que la proyección de este colorido árbol ingresó sin reparos a la narrativa de cuentos y poemas, hasta convertirse en un lugar común de nuestras letras yucatecas. El doctor Eduardo Urzaiz Rodríguez, profundizando sobre esta trivialidad literaria, señalaba que no “… ha faltado escritor vernáculo que nos describa el idilio de una princesa maya y un guerrero itzá al pie de un flamboyán florido…”
Resulta de interés, sin embargo, observar la incorporación del flamboyán a la identidad local, ya que, siendo originario de África Oriental, de donde lo trasladaron los franceses a las Antillas Menores, pasando más tarde a Cuba, y de Cuba a Yucatán, deja ver la diversidad de componentes que integra el rostro que identifica a los yucatecos. Se sabe que los primeros árboles de flamboyán que florecieron en Mérida, fueron plantados por don Manuel Cirerol en 1876, en el rumbo de la colonia Azcorra, al oriente de la ciudad, con semillas traídas de La Habana por don Félix Martín Espinosa. Desde entonces abundan plantas de esta especie en Mérida y en el interior del estado, y se asegura que hasta bien entrado el siglo XX no existían muchos de estos árboles de la familia de las fabáceas en otras partes de México.
A partir del último tercio del siglo XIX, su presencia, bien adosada a nuestra cultura y naturaleza, el flamboyán se coronó como el señor del paisaje, proyectando su sombra y belleza por calles, camellones y parques de la capital yucateca. Al respecto, Eduardo Urzaiz Rodríguez recogió una interesante anécdota, en la que cuenta que, al “…contemplar su roja floración destacándose rabiosamente sobre el verde de las frondas, el poeta don Javier Santamaría exclamó entusiasmado: “¡No cabe duda, Dios es pintor!” Hasta la fecha nadie ha desmentido la historia contada por el médico cubano, ni la afirmación del poeta tabasqueño, en relación con la belleza casi mítica que emana de este solemne árbol. En cambio, lo que resulta indudable es que mientras la ciudad de Mérida continúa creciendo entre selvas de asfalto y cemento, seguiremos valiéndonos de los pocos árboles africanos naturalizados yucatecos, que obsequian su belleza y espesura sin regateo.